jueves, 31 de diciembre de 2015

La literatura de este año

He aquí la pequeña colección que he leído este año. Solo hay un par de libros en ese montón que hayan pasado desapercibidos. Con todos los demás he elaborado esta lista, con un breve comentario de cada uno. Los recomiendo todos:

-Frankenstein, de Mary Shelley: La historia, repleta de desgracias, es más que conocida. En el libro se tratan temas como los límites de la ciencia o la soledad. Si después de leerlo no os gusta, por lo menos habréis aprendido, como lo hizo un servidor, la diferencia entre Victor Frankenstein y su monstruo.

-El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde: Otro clásico. Si bien la trama ya es atractiva por sí misma, la novela está repleta de diálogos llenos de ingenio y sarcasmo. No os dejéis engañar: aunque el protagonista del libro es Dorian, la esencia del relato está encerrada en Lord Henry Wotton.

-Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez:  Quien tiene este libro tiene una joya. No me apeteció leerlo cuando lo recomendaban en el instituto. El año pasado estuvo cogiendo polvo en la estantería de mi habitación. Una vez lo hube leído me sentí como el tontolaba que había sido por no haberle dado una oportunidad antes. García Márquez narra la historia de los Buendía a lo largo de 6 (¿7?) generaciones con una magia tan sutil y real como la que habita Macondo. Si sólo vais a escoger un libro de la lista, que sea este.

-El guardián entre el centeno, de  J.D. SalingerLa trama no es más que un pretexto para poder ver el mundo a través de los ojos del narrador y protagonista, Holden Caulfield. Él es el adolescente que llevamos dentro: roto, angustiado y perdido. En mi caso, una vez me acostumbré a las coletillas de Holden, el viaje se volvió llevadero. Sólo me di cuenta de cuánto me había conmocionado al encontrarme pensando en él semanas después de haberlo terminado.

-Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez: Es un poemario de amor bucólico. Describe con una ternura casi tangible el pueblo, la naturaleza y los animales que lo rodean, entre ellos, claro, Platero.    

-La senda del perdedor, Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y  Ruiseñor, deséame suerte, de Charles Bukowski: Agrupo estos tres títulos porque son la misma materia embutida en recipientes distintos. Bukowski habla exclusivamente de los bajos fondos de Los Ángeles. Observamos como, o bien él mismo o bien su álter ego, Henry Chinaski, sufren a manos de la policía, las bandas, las mujeres, el alcohol y las drogas, aguantando con un orgullo que poco a poco va degenerando en melancolía. 

-El viejo y el mar, de Ernest Hemingway: Este es un relato sobre la voluntad de una persona. De la voluntad en su estado más puro, despojada de gloria, riqueza o recompensa alguna. Es bastante breve (aproximadamente 150 páginas) y además, si compras mi misma edición, ya te cuentan el final en el prólogo. Todo ventajas.

-El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon: Me recordó vagamente al guardián entre el centeno. Esta vez el protagonista (también el narrador) es un niño con síndrome de Asperger, el cual trata de resolver el asesinato de un perro de su vecindario. Se nos presentan los eventos del día a día desde una perspectiva distinta, y llegamos a sentir la presión que supone, por ejemplo, encontrarse con 3 coches amarillos seguidos. Además el libro tiene dibujos de Christopher, el niño, que para mi es un gran plus.

-Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda: El título lo dice todo. He de admitir que lo compré al tuntún y me llevé una grata sorpresa cuando empecé a leer "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". Recomiendo estos poemas tan encarecidamente que dejaré mi libro a quienquiera que me lo pida (sí, a ti también), y eso que sé lo que pasa con los libros prestados... 

-Los mitos de Cthulhu, de H.P. Lovecraft y otros: Si no os gusta el cine de terror, os recomiendo que probéis con la literatura. Carece de sustos, pero la esencia es la misma y en mayores cantidades. Después de leerlos os encontraréis frecuentemente pensando en ellos... sin poder dormir. De todos los de este libro recomiendo en especial El Wendigo, de Algernon Blackwood.

-El temor del hombre sabio, de Patrick Rothfuss: La continuación de El nombre del viento. Esa cosa tosca. En la imagen parece más fino de lo que realmente es. Llega a 1200 páginas. Es muy pesado. No deja hueco en la mochila. Ha sido incomodísimo leerlo en cualquier sitio público. Pero ha merecido la pena. El libro continúa la historia de Kvothe, y de cómo llegó a forjarse su reputación. Rothfuss (recomiendo que lo busquéis, es el de la barba) cuenta la historia de una forma ligera y agradable, casi poética. Si no has leído el primero, insisto en que lo hagas y, si ya lo has hecho, no creo que necesite más razones para convencerte de que leas este.

¡Eso ha sido todo! ¡Felices fiestas!


lunes, 28 de septiembre de 2015

El hada

Una vez conocí a un hada. Hacía ya mucho tiempo que el color se había fugado de su cuerpo, dejando atrás tan solo un rastro de pecas y un pelo completamente negro. Si alguna vez se hubiese estado quieta hubiese parecido un pincel.

La primera vez que hablé con ella fui incapaz de entender nada de lo que me decía, a pesar de que reconocía los sonidos que salían de su garganta (una sensación similar a cuando uno intenta leer y los ojos avanzan dejando la mente en el párrafo anterior). No pareció que la distancia entre nuestras naturalezas le supusiese ningún problema, así que decidimos dar un paseo. Nuestra protagonista parecía aborrecer todo cuanto la rodeaba. Yo, como os he dicho, no era capaz de comunicarme adecuadamente con ella, no obstante, tenía otras vías para entenderla. A veces, por ejemplo, se dirigía a un paisaje nublado, a una península con una forma incorrecta o a una casa en obras, y entonces las palabras borbotaban en su boca y teñían el aire de un olor dulzón y acre, como de fruta podrida... Ella, tenéis que comprender, lo comparaba todo con el lugar del que procedía, el cual decidiría visitar al poco tiempo.

Me embarqué sin equipaje y pensé varias veces que me había equivocado de dirección, al ver que los otros pasajeros no parecían en absoluto entusiasmados por la aventura. Al llegar me percaté de que no había una gran diferencia entre su reino y el de los hombres. Sin embargo, cuando ella miraba al mar, a una concha de forma peculiar o a un edificio vetusto, algo de color abandonaba su pelo, posándose en todas esas cosas que le agradaban. Una hebra se volvía entonces blanca en su melena y, pensando que era una cana, se apresuraba a arrancarla. En el viaje de vuelta reflexioné sobre lo que había presenciado. Su magia no trastocaba la realidad, pero era capaz de dibujar la impresión que yo tenía de la misma.

Seguimos dando paseos durante semanas, alternando entre su mundo y el mío. Sus palabras tenían cierta musicalidad que yo no era capaz de sentir, e intentaba en vano descifrar. Intuía ya que nuestra incomprensión tenía su origen en la diferencia entre nuestros seres. El lenguaje tiende a ser un mal medio para la interacción entre realidades distantes y, bueno, ella era un hada y yo un hombre.

El último día que la vi nos dedicamos a dejar nuestros monólogos en el aire, sabiendo que el otro no comprendería nada de lo que decíamos, pasándolo bien a pesar de ello. A veces su risa inundaba la calle y yo flotaba en ella y, en otras ocasiones, uno de los dos se enfadaba, normalmente fruto de nuestra incapacidad comunicativa. Empecé a hablar, sin darle especial importancia, de la lejanía de nuestras especies y de lo raro que era que dos individuos de nuestras características se hubieran juntado. Ella paró en seco. Había entendido lo que yo acababa de decir. Se limitó a darme la razón (lo cual también supe entender) y continuamos con nuestro recorrido. Muchas veces antes habíamos estado un rato sin conversar, momentos que yo dedicaba a disfrutar de la paz con la que el sol parecía iluminarnos. Esta vez fue diferente: un vacío se apoderó de nuestros alrededores. Aisló su risa, sus olores, sus colores, aisló incluso la calma que yo mismo buscaba en otros silencios. Desapareció y apenas me enteré de que se había marchado.


Una vez conocí a un hada. Aunque ya no me visita, de cuando en cuando un cromatismo en una canción, la forma retorcida de un árbol o el olor de la espuma de las olas llaman mi atención. Me giro, la busco y nunca la encuentro. El viento se lleva entonces un pelo albino que había caído al suelo.